domingo, 15 de enero de 2012

Dos de cuentos (II)

Cuento 2.- Seguir la secuencia ordenada de las siguientes palabras para crear un cuento: sonrisa/ valiente/ bailar/ delfín/ gracioso/ saltar/ barco/ arrugado/ llamar/ magia/ divertido/ hablar/ perro/ divertido/ soñar/ columpio/ bonito/ soñar/ coche/ estupendo/ estar/ albornoz/ grande/ llorar/ tienda/ bueno/ olvidar/ oreja/ divertido/ interactuar/ hipnosis/divertido/ querer/ perro/ brillante/ bailar/ hélice/ valiente/ saltar/ clarinete/ gracioso/ llamar/ mar/ arrugado/ hablar/ zapatilla/ divertido/soñar/ pastel/ divertido/ estar.

Aquella mañana Pepiño se levantó y lo primero que vio desde su ventana, fue como la sonrisa del gran Sol había desaparecido de su cara. Sus rayos desprendían una luz tenue, opaca y triste. El aire que se respiraba era de un fuerte olor a incienso, como de muerto. 

Pepiño observó también lo que estaba sucediendo por la Gran Avenida, y se extrañó de ver el comportamiento de los soldaditos de plomo, con cara afligida y arrastrando sus fusiles por el suelo, como si su carácter valiente fuese perdido en una batalla enemiga. Vio también como su amiga Nika, una bailarina experta, había dejado de bailar. Ella que siempre bailaba de un extremo a otro de la Gran Avenida. Incluso el delfín Mako, la mascota del país, ya no hacía nada gracioso. No saltaba de una ola a otra, como habitualmente los tenía acostumbrados. Por si esto no fuera poco, su amigo el barco Brito estaba detenido cerca de la costa, sin apenas moverse de aquellas aguas arrugadas, faltas de energía y vida. Brito ya no tocaba su sirena, para llamar la atención de Mako y así ponerse juntos a jugar y revolotear en el agua… Sí, Pepiño se dio cuenta de que la magia y la alegría propias del País Divertido se habían perdido. Pero… ¿Por qué?

Inmediatamente se vistió y allí mismo en su habitación, habló con su perro Dogo, para saber por qué el País Divertido había dejado de serlo. Dogo le contó, de manera entristecida, que la gran Luna había dejado de soñar, y que había amenazado al gran Sol con no volver a reflejar su esplendor nunca más en el País Divertido. La gran Luna estaba enfadada, porque no la dejaban dormir tranquila durante el día. Decía que había demasiada diversión en aquel país y que no volvería a balancearse ninguna noche con su columpio bonito de color plata. Egoístamente pensaba que si ella no podía ni dormir, ni soñar, ningún habitante podría hacerlo.

Pepiño se apresuró al saber todo aquello. Dio las gracias a su perro Dogo y a su buen oído, por haberse enterado de las molestias que causaban a la gran Luna. Cerró con llave la puerta de su casa y se subió a su coche de Scalextric, un estupendo deportivo de color rojo vivo. Condujo a toda velocidad hasta el Palacio de la Diversión. Detuvo su coche en el jardín. Cogió un monopatín del maletero y fue a toda pastilla hasta la habitación del Rey. 

Allí estaba el rey Salaón. Sentado en su dorado trono real. Llevaba puesto un albornoz grande y de color negro, en sintonía con el estado de ánimo de la gente. Salaón, que ya estaba al corriente de lo que pasaba en su país, no paraba de llorar. Pepiño le preguntó qué podía hacer, para cambiar la situación y que todo volviera a la normalidad. El rey Salaón le recomendó ir a la tienda secreta del Reino, para buscar el objeto de la armonía. Le pidió a su buena y fiel libreta Kreta, que lo acompañase.  

De camino a la tienda secreta, Kreta no paraba de mover sus hojas, sobrevolando la cabeza de Pepiño y guiándole por todos aquellos oscuros pasadizos. Pepiño había olvidado por un momento su misión, hasta que Kreta se detuvo en una de las piedras del muro y le susurró a su oreja: “lee estas divertidas palabras que te muestro en mis hojas fluorescentes y aparecerá ante ti la tienda secreta”. A Pepiño aquello ya le era familiar, propio del País Divertido, y delante de sus ojos Kreta se convirtió en la tienda secreta. 

En la tienda solamente había una mesa blanca y encima un paquete plateado con una nota grande en su exterior que ponía: “objeto de la armonía. Muy frágil”. Pepiño lo cogió con suavidad y salió de la tienda. La libreta Kreta le guió de nuevo hasta la habitación del Rey. Antes de la despedida, el rey Salaón le dijo a Pepiño quién debería interactuar entre el objeto y la gran Luna, dándole sus instrucciones: “protégelo con tu propia vida, desenvuélvelo en la Gran Avenida y entrégaselo al gran Sol antes del anochecer. Sólo él sabrá lo que hacer con él”. 

Pepiño salió caminando del Palacio de la Diversión. En una mano llevaba su monopatín y en la otra el objeto de la armonía. Metió el monopatín en el maletero de su coche y en el asiento de su lado, dejó el paquete plateado. Esta vez condujo más despacio. Al llegar a la Gran Avenida, aparcó su coche y entabló conversación con el gran Sol:

−Aquí tienes el objeto de la armonía (lo desenvuelve con mucho cuidado y se lo entrega). ¡Protégelo con tu vida!

− ¿El objeto de la armonía? −Le responde el gran Sol−. Pero si éste es el yoyó de la hipnosis profunda. 

− El Rey del País Divertido me dijo que tú sabrías lo que hacer con él. Nosotros sólo queremos  que la gente recupere su ánimo alegre.

Al caer la noche, el gran Sol se esfumó, y todo el cielo del país se quedó oscuro. Pepiño se quedó en medio de la Gran Avenida y se puso a contemplarla, sentado en el césped de su jardín. 

Vio a su perro Dogo salir de su casa con una chaqueta y unos pantalones brillantes bailando al compás de una muiñeira. Las hélices del barco Brito empezaron a moverse y a acompañarle en aquel baile. Los soldaditos de plomo se movían por la Gran Avenida con su aire valiente habitual y con sus fusiles apoyados en sus hombros. Mientras tanto, el delfín Mako saltaba de un lado a otro de las vivas olas y jugueteando con su amigo Brito. Nika bailaba al son de un clarinete que un gracioso vecino tocaba por la Gran Avenida. Brito tocó su sirena, para llamar la atención de su amigo Mako. Ahora el mar ya no estaba arrugado. Volvía a recuperar su energía y su actividad de siempre. Pepiño se unió a todo aquel júbilo. Y se puso a bailar con su perro Dogo y su amiga Nika.

El cielo empezó a brillar con un color plata intenso. La gran Luna descendió de un gran columpio plateado y habló a los habitantes:

− Ahora entiendo que yo también soy importante para vosotros. En recompensa a mi cabezonería os regalo a cada uno estas hermosas zapatillas plateadas, para que también me recordéis durante el día. Jamás me iré de este divertido  país. Espero soñar todos los días con vosotros y que vosotros soñéis todas las noches conmigo.

Todos se emocionaron al oír estas palabras y observaron como del cielo llovían pequeños pasteles de chocolate y nata. El País Divertido seguía estándolo igual o más que siempre.

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